La arquitectura vernácula nació de manera espontánea, en ella se aprecia las capacidades de la gente y su relación con el entorno, explicó el arquitecto Huajuapeño Juan José Santibáñez García, impulsor de proyecto Arquitectos Artesanos.
En esta primera entrega se comparte una parte de la charla sostenida con el profesionista, en la cual hace un recorrido por la arquitectura vernácula y los valores, la sabiduría y las relaciones socioeconómicas que coexisten en esta forma de construcción tradicional.
Después de haber culminado su carrera en arquitectura, narró Santibáñez García, fue asesor de arte sacro, hecho que le permitió recorrer diversas comunidades de la Mixteca. En este contexto relató que desempeñando esta labor pudo conocer los valores históricos y humanos, así como la arquitectura vernácula, en las comunidades.
Resaltó que la arquitectura vernácula integra elementos de una arquitectura profunda; explicó también que hay arquitectura considerada académica, espectacular o convencional, pero, abundó: “La arquitectura vernácula nació de manera espontánea, en ella se aprecia las capacidades de la gente y su relación con el entorno”.
Esta arquitectura tradicional tiene una estrecha relación con las montañas, los árboles y la fauna, entre otros elementos de la naturaleza, indicó.
Se relaciona esta arquitectura con los ciclos de lluvia, con el conocimiento sobre qué insectos se comen a la madera, que cales eran de mejor calidad o que canteras eran más favorables para usar.
“En esta construcción se aprecia una relación casi simbiótica entre humano, animales y plantas; dando la virtud de crear espacios dignos que consideraban calidad de materiales, la altura y qué material usar para mantenerla estructuralmente si se movía con los temblores”, explicó.
Señaló que además sobresale que se tenía el conocimiento que de manera intencionada bajaban la temperatura con la circulación de aire de manera lógica; práctica lograda a través de cientos de años.
En este contexto, rememoró que en el auge de la arquitectura vernácula se vivía en un Huajuapan con 12 mil habitantes en donde las casas mantenían sus puertas abiertas; todo se respetaba y la gente podía caminar sin ninguna preocupación por las calles.
“Cuando tenía doce años fui por las tortillas en mi bicicleta al mercado y se olvidó, mi hermano me preguntó por la bicicleta a las diez de la noche; fuimos a esa hora al mercado y la encontramos parada en el lugar que la había dejado”, relató.
En esa sociedad había una red y una dinámica de convivencia que también favorecía a la arquitectura vernácula porque los materiales como el adobe se fabricaban o se encargaba localmente, generando beneficios y una economía.
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